#ElPerúQueQueremos

Una carta en agradecimiento a Doris Lessing

Publicado: 2013-11-19


Nunca he visitado Londres, para ser honesto nunca he salido del país. Todo lo que sé de Londres y las historias de esa ciudad las aprendí a través de familiares que tengo ahí, un primo, una tía, mis hermanas y mi madre. Esta última es la persona a quien le debo haber conocido a través de ella, historias de una etapa de la vida de Doris Lessing y en cierta forma, a ella misma.

Podría escribir muchas cosas sobre Doris sin haberla conocido en persona, como qué se resistía a las formalidades de la etiqueta sin perder ese toque inglés de intelectual que, en cada respiro que daba, uno podría sentir que respira el mundo entero, una y otra vez. Qué intentaba estar al pendiente de todo lo que sucedía a su alrededor, aceitando su ágil mente leyendo y releyendo de forma interminable diarios y revistas de todo el mundo. Qué su sillón rojo de cabecera alta y patas marrones que en algún momento perdieron la fina forma de un tallado francés, no debía ser girado, ni movido un milímetro del centro del estudio donde solía amontonar a su lado, pilas y pilas de diarios y libros. O su gran amor por las palomas que a mi madre alarmaba hasta la frustración, abonando una cantidad importante de dinero mensual en la compra de quesos y manzanas para alimentarlas en el patio trasero de su casa. De su falta de vanidad intelectual donde los premios otorgados los agradecía sin sentir que era superior a nadie, aún recuerdo hasta la risa genuina, el escándalo que sintió mi madre cuando me llamó para contarme "¡donde había encontrado!", en el piso lleno de polvo, el Premio Príncipe de Asturias, -¿Así son los artistas e intelectuales, no hijo?- me comentó mi pobre madre como tratando de convencerse de que eso estaba bien, aunque yo sabía que para una amante de la limpieza, esa sola idea, le ponía los pelos de punta. O de su inalterable terquedad tratando de hacer algunos quehaceres de cocina que le recordaban el principal motivo por el que a sus más de 80 años ella seguía batallando contra su cuerpo y el tiempo, aunque esas batallas a la larga se pierden, pero que solo una madre puede extenderlas lo suficiente para cumplir su cometido. Atender y velar por su hijo, Peter. Mi madre lo sabía, y por eso le dedicó mucho tiempo a Peter, aunque no era parte de su trabajo, pero el agradecimiento de mi madre y el cariño que desarrolló hacia Doris, y hacia Peter, hizo que se esmerará tanto como si ellos fueran su familia, en cierto modo lo fueron, en cierto modo lo fueron para mí también.


Por eso sentí la necesidad de escribirle, aunque sea de forma sencilla y principiante a través de esta carta, el agradecimiento que tengo hacia ella, Doris.

 

“Trataste a mi madre como tu familia, le diste las oportunidades que ella jamás tuvo aquí, lograste en ella, quizá sin que lo sepas y quizá sin que mi madre se diera cuenta, aquello por lo que siempre luchaste desde muy joven, contra el tiempo y la sociedad, que una mujer se valore y se valga por sí misma. Le diste cariño, la acogiste con amabilidad, le diste un empleo digno y lo respetaste hasta que no pudiste valerte por ti misma y otras personas se encargaron de ti. Compartiste con ella la felicidad de tus logros y la hubieras hecho partícipe de un acontecimiento magnífico, como asistir a la ceremonia del Premio Nobel sino fuera porque tu enfermedad te hizo tambalear en ese tiempo. “Hija- le dijiste cuando por fin te libraste de los periodistas a quienes recibiste en la vereda de tu casa- parece que hemos ganado un premio importante, hay que prepararnos”-.


Agradecerte que me enseñaras a valorar más a mi madre y aún más aquel trabajo que nunca agradecí y que muchos desprecian y consideran minúsculo, cuidar de un hogar y de las personas. Quiero agradecerte que me diste la tranquilidad de saber que mi madre estaba en un lugar donde estaba segura y en paz. Quiero agradecerte de forma infinita que le dieras la oportunidad a mi madre de vivir una vida nueva llena de una realidad tan ajena a ella hasta ese momento, aquella realidad que demuestra que uno nunca termina de aprender de la vida, sin importar la edad que tengas. Y entre todas las cosas que tengo que agradecer, es la confianza que depositaste en mi madre, le diste a su cuidado lo más importante de tu vida, tu hijo, y créeme Doris, mi madre sabía que significaba Peter para ti y yo a la distancia, conociendo a la madre que tengo, sé muy bien lo que eso significaba para una madre como tú, una madre como la mía. Por eso, solo era cuestión de tiempo


Gracias por todo Doris, no solo cambiaste la vida de millones de personas a través de tus libros, que eran el reflejo de tu maravillosa imaginación, de tus ideas tenaces, de tus creencias políticas y sociales inquebrantables, sino también porque en tus actos hacia las personas como mi madre, y a través de ella, hacia mí, demostraste una coherencia humanista que practicaste hasta el último respiro y que cambió nuestras vidas.


Ahora estarás con Peter, él seguro practicando los deportes que su enfermedad le quitó por tantos años, y tú observándolo sentada desde aquel sillón rojo, rodeada de libros en medio de un campo africano donde te susurra el viento y canta la hierba.


Esperaré un tiempo, a todos nos llega el momento, y espero poder conversar contigo. Por ahora me conformo con decirte gracias Doris Lessing, con esta humilde carta. 


Juan Diego Sotelo.


Escrito por


Publicado en

El Ciudadano Solitario

La ciudad es muy grande solo para verla pasar