#ElPerúQueQueremos

A la mujer que me inspira

Publicado: 2013-03-08

Hace unos días un amigo a través de un comentario sarcástico, me hizo expresar el orgullo que siento por mi madre. Los que me conocen saben que no soy de expresar halagos a las personas que quiero, porque es parte de mi incapacidad de expresar cariño o simplemente porque soy cobarde. Sin embargo, esta vez decidí hacerlo, porque en ocasiones no basta con que la persona sepa que tú la quieres, sino hay que decirlo y esta vez no solo quiero decirlo, sino comentarles porqué.

Ella como muchas mujeres no pudo asistir a la universidad a pesar de haber sido una buena alumna en el colegio y siempre quiso estudiar una profesión. Ella quiso conocer y escoger bien al muchacho con el que querría casarse, pero tuvo una adolescencia sometida al conservadurismo de la época y a la presencia fuerte de una madre sobre protectora. Por ello quizá, enamorarse de este hombre, mi padre en el futuro, era ese amor de caballero azul que la liberaría de ese mundo que la apresaba.

El matrimonio que ella vivió tuvo momentos felices y lo reconoce, pero así como un libro que ha sido muy utilizado, tiene páginas manchadas por el mal uso y la falta de cuidado. Ella jamás pensó en casarse tan joven, ni tampoco que en menos de 5 años de matrimonio sería madre de tres hijos y 5 años después un cuarto hijo. Ella no pudo decidir cuantos hijos tendría, y cuando hace algunos años, en un arrebato de sinceridad espontanea, sin ninguna malicia me comentó “Hijo, yo no te quise tener”, no me resintió, ni me molestó, comprendí que en esa conversación honesta que teníamos, necesitaba confesar alguna de sus frustraciones pasadas. Ella tampoco pudo decidir los nombres de sus hijos, incluso en el cuarto hijo, tuvo que ceder por amor diría después, el nombre de su último hijo, Juan. Tampoco pudo evitar, aunque se le fue el corazón en esos meses, tener que ceder temporalmente a uno de sus hijos a otro familiar, algo de lo cual jamás se pudo recuperar a pesar de que todos volvimos a estar juntos muy pronto. Nos ama, más que a su vida, y ese amor fue su aliento de vida y su cruz.

Debido a sus miedos y el temor de dejar a sus hijos desamparados, resistió los esporádicos ataques de celos de ese príncipe azul. Sí, como muchas mujeres soportó en silencio patadas, puñetes, tirones de pelo, bofetadas, empujones, pellizcos e insultos. Recuerdo que cuando tenía 7 años después de una pelea terrible, le pregunté “¿mami, porque no nos vamos para siempre?” Y ella que había soportado firme los ataques y no había llorado, se partió en llanto y me pidió disculpas. Yo no entendí por qué me pedía disculpas si yo estaba bien. Ahora que soy adulto, lo entendí.

Ella siempre luchó, durante mucho tiempo en hacer de su hogar, un hogar feliz y que nosotros lo sintiéramos así. Aprendió a tejer, cocer, bordar, decorar, cocinar, limpiar y curar, por nosotros, sus hijos. Jamás olvidaré la manía de la limpieza, su adoración por la ropa blanca y limpia, su inmanejable obsesión por el orden, pero sobre todo, jamás olvidaré su infinita sabiduría que con frases simples me hacía comprender el mundo. Esa era parte de su concepción de hogar feliz, que luego de muchos años se cuestionó.

Estas formas de relación en los matrimonios, irracionales, son como una especie de embrujo social, enmarcados por los prejuicios, las creencias religiosas, el temor a enfrentarse a la verdad, la familia y la lucha constante que tiene uno mismo con sus inseguridades. Por ello, durante años, muchas familias vivimos entre la felicidad monótona y los momentos oscuros.

Después de 20 años de casados, con un trabajo a medias, siempre que mi padre se lo permitiera y con otro trabajo de ama de casa que realizó de forma irrenunciable. Aburrida, cansada y en un ataque de valor y locura -para ella-, que jamás esperé y que hasta ahora me inspira. Decidió comunicarle a mi padre que ya no quería seguir con él. Porqué lo hizo en ese momento, no lo sé, qué la llevó a después de 20 años y sin pelea de por medio, dejar a mi padre. No lo sé.

Lo que sí sé, es que a mis 12 años, cuando mi madre me sentó a su lado y me comunicó su decisión, lo único que desde mi corazón nació, fue decirle. “Si ya no lo quieres, está bien, vámonos”. Quizá su sorpresa ante mi respuesta fue muy grande, no porque fuera algo raro en mí, sino por confirmar, que a pesar de mi corta edad yo era, como ella siempre había dicho, más maduro de lo que aparentaba y eso siempre la asustó.

La separación fue difícil, quizá la época más difícil de nuestras vidas. Peleas, golpes, celos, obsesión, odios, alegrías fugaces, mezquindad, alcohol, pobreza, desilusión, llanto, decepción, enfermedad, fe, pena y madurez. Hasta que después de 8 años, con la terquedad digna de una amazona, obtuvo casi como una medalla olímpica, el divorcio.

Buscando su felicidad y la de sus hijos, decidió viajar a Londres, aquella ciudad desconocida y tan diferente de la conservadora Lima. Allá demostró una vez más lo decidida que es cuando de ella y de sus hijos se trata, trabajó día y noche, contra el frío del invierno y la soledad de una Europa ajena, limpiando y ordenando las casas y las vidas de las familias y personas que la contrataban. Sin saber el idioma, que aprendió a la fuerza, ejerció el trabajo que siempre fue menospreciado por su esposo y sus hijos. Ahora lo hacía para ganarse la vida y lograr, todas las cosas que aquí no pudo, y lo hizo y yo le debo tanto.

Es una mujer independiente, libre y nadie podrá decirle más, que hacer, solo su corazón y su razón. Y ahora que está a punto de embarcarse en una nueva aventura en otro país, quizá con la persona con la que se quedará mucho tiempo, dejando atrás ese frío Londres, la ciudad a la que le debe tanto. En una llamada telefónica, de las tantas que compartimos, me dijo. “Yo no fui a la universidad, y trabajé muy duro tratando de hacer lo correcto y aunque nadie me cree que a mi edad tengo 4 hijos, yo estoy orgullosa, ustedes profesionales y buenas personas, son mi mejor diploma, porque con ustedes yo siento que me gradué más que cualquiera, porque intenté ser una buena madre y creo que lo hice”. Y en una reacción muy digna de ella y con la inseguridad que siempre la acompañó, casi de forma culposa me preguntó, “¿Fui buena madre, no hijito?

Sí mamita, y no puedo estar más orgulloso de ti.

Feliz día para ti, mujer libre.

JD.


Escrito por


Publicado en

El Ciudadano Solitario

La ciudad es muy grande solo para verla pasar